sábado, 15 de enero de 2011

claro está

Vuelves a casa, con un gran dolor por todo el cuerpo y presagiando que mañana será un día duro, el maquillaje de tus ojos emborrona la mirada tan bonita con la que observabas hace tan solo unas horas luces y bullicio, el pelo alborotado, la ropa arrugada y los labios secos, más que la garganta. El camino se hace corto, por la mañana siempre es fácil acelerar el paso, y  ves como los responsables adultos y niños inician su día, sabiendo lo que la rutina les traerá, probablemente, algo que no quieren ninguno de ellos, pero tu la responsabilidad la dejaste atrás hace tres copas.
La llave se desliza suave por la cerradura, casi tan suave como las botas que te quitas en el felpudo para sigilosamente llegar hasta el espejo y mirarte  y pensar sobre la vida, porque parece ser que filosofar se inventó para los amaneceres.
Tu imagen se refleja en algo sobre lo que parece que no han pasado las horas, sin embargo, por ti, si han pasado pero a pesar de las ojeras si tuvieras que ponerle un nombre a esa situación sería el de felicidad, felicidad plena, en estado puro.
Has vuelto al origen, estás en la cama, después de hacer cosas inimaginables, has conocido a personas a las que sabes que no verás jamás, de las que probablemente no te acuerdes nunca, pero que han aportado un instante a tu vida, que merece la pena fotografiar en la memoria, has gritado, saltado, reído y has abrazado a los que nunca abrazas, pero deberías abrazar por lo menos una vez al día, por que lo sientes, porque sabes que es así.
Sí, tal vez te hayas caído al suelo, tal vez, hayas tenido una conversación telefónica indebida o hayas enviado un mensaje erróneo a un destinatario más que inapropiado, tal vez hayas abierto tu corazón a quien no debieras, o le hayas contado tus secretos a quien no le interesan, quizás te hayas comportado como una imbécil total, pero ¿y qué?, la vida esta llena de errores, y mira, hace unos meses ni te atrevías a cometerlos

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