En Madrid no hace frío. Dejas a la gente atrás y vuelves a sentarte al mismo portal donde pasabais tantos ratos. La calle está tranquila, como siempre, pasa algún coche y entra algún vecino, las cosas permanecen invariables, y ya sabes como funciona todo por aquí. Miras a un lado y miras al otro y te ves en una esquina, tal vez te de miedo cruzar las piernas y ponerte tú sola cómoda para prepárate para sentir el abrazo de la soledad. Recuerdas besos, abrazos, caricias, pasión y lagrimas, lagrimas que no te hace falta recordar que solo tienes que sentir… Es de noche, como cuando frecuentabais este sitio meses atrás, y la vida no se te presenta mal, pero oyes voces, voces que te envuelven y de las que quieres sacar una razón para sonreír, y solo te viene a la cabeza lo paradójico que puede llegar a ser un lugar. Antes oías, “súbete a casa ya pequeña, hace frío”. Ahora eres tu, hablándote en tercera persona la que piensa: “Pues en Madrid si hace frío, un cigarro y para casa”.
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